Eliecer Valecillos, guía turístico, es un ferviente defensor de la idea de que el turismo puede ser el catalizador del cambio que tanto necesitan los pueblos de agua
En la inmensidad del cielo del Zulia, donde el lago de Maracaibo se despliega como un espejo de agua, los relámpagos del Catatumbo se convierten en un espectáculo que ilumina las noches, especialmente entre los meses de mayo y noviembre. No son truenos ocasionales ni tormentas pasajeras. Se trata de un latido ancestral que ha marcado a quienes han hecho la travesía para observarlos y estudiarlos, y, por supuesto, a los habitantes de comunidades como Ologá, un enclave sobre el lago que se erige como mirador y testigo privilegiado de este fenómeno natural que solo ocurre en esta región de Venezuela. “Yo creo que cuando Dios comenzó a hacer el mundo, empezó por aquí”, sentencia Eliecer Valecillos, guía turístico de la agencia Encanta Montaña C.A., con la reverencia de quien ha sido tocado por las maravillas del municipio Catatumbo y del parque nacional Ciénagas de Juan Manuel del estado Zulia.
Por su trabajo y sus aficiones, Valecillos ha recorrido montañas que se alzan como titanes en distintos rincones de Venezuela, pero fue en el Catatumbo donde descubrió un universo de amplios contrastes. En cada expedición que lidera, los viajeros se enfrentan no solo al deslumbrante espectáculo de luces que ha cautivado a científicos y fotógrafos por igual, sino también a la cruda realidad de quienes habitan los palafitos sobre el lago. “Aquí puedes ver abundancia, pero también miseria; alegría, pero también tristeza”, reflexiona Valecillos, quien tiene la voz pausada de quien ha aprendido a leer el paisaje y a su gente.
La travesía hacia el lago para descubrir el fenómeno de los relámpagos se presenta como un desafío. Para garantizar la comodidad de los viajeros se debe cargar con todo el peso de la logística que esto implica: hay que llevar agua potable, alimentos y hasta el combustible que usará el peñero donde se navegará esos días. Sin embargo, más allá de estas exigencias materiales, lo que realmente pesa es la sombra del abandono que envuelve a la comunidad de Ologá. “La escuela se está cayendo, hay analfabetismo, embarazo precoz. Falta mucha educación y una infraestructura sanitaria y de salud”, relata Valecillos. Sus palabras no van cargadas de drama, pero sí están impregnadas con el peso que carga de ver cómo la situación no ha cambiado pese a los años.
Eliecer relata cómo era el pasado para los pueblos de agua. Las comunidades recibían apoyo de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), por las plataformas petroleras, monumentos de un tiempo de abundancia, que tenían activas en el lago de Maracaibo. Este fue el emblema de la industria petrolera estatal y uno de los principales lugares de producción de crudo en Venezuela. Numerosas instalaciones que se hicieron en estas aguas impulsaron la economía regional y nacional en los años del boom petrolero. En ese entonces, después de 1922, se les garantizaba combustible a los pobladores y tenían el hilo que tejía su vida cotidiana: alimentos frescos, la llegada de docentes comprometidos y la promesa de un futuro a través de la educación. Ese apoyo se desvaneció. Hoy, la realidad es sombría. La gente, atrapada en un ciclo de espera interminable, ansía ayudas que no llegan. “Se desarrolló una actitud paternalista, de que todo debía ser dado”, reflexiona Valecillos, con la mirada puesta en el lago, como si buscara respuestas entre sus aguas.
Las donaciones esporádicas de los visitantes, como cuadernos, artículos deportivos o ropa, se convierten en parches temporales para quienes luchan por sobrevivir en la precariedad. Valecillos sostiene con firmeza que estos gestos, aunque bien intencionados, son solo soluciones superficiales. Sin un sistema que garantice educación y salud, la transformación anhelada sigue siendo una quimera, asegura el guía, un sueño que se escapa entre los dedos de quienes habitaban un pasado de promesas y oportunidades.
Pese a todo, el Catatumbo emerge como un destino que fascina y asombra. No se trata únicamente del espectáculo prodigioso de sus relámpagos, sino de una riqueza biológica que llega a superar múltiples expectativas. “Aquí hay especies que no se ven en ningún otro lugar. Ver un chicagüire o un aruco es como ver a un fósil viviente”, atestigua Eliecer, refiriéndose a la diversidad de aves que enriquecen la biodiversidad de esta región. Las aguas del lago, por su parte, son surcadas por las toninas, en su danza acuática, y los cangrejos azules se cuentan entre los tesoros que este ecosistema ofrece. Valecillos está convencido de que, a pesar de algunos embates, como los derrames petroleros y la contaminación que amenaza, el Catatumbo se erige desafiante, sosteniéndose en un equilibrio que merece ser admirado.
Eso sí, el fenómeno del relámpago, que antes iluminaba el firmamento durante todo el año, no es ajeno a las inclemencias del cambio climático. La deforestación en las Sierras de Perijá (Zulia) y de La Culata (Mérida) han desencadenado un desajuste en la sinfonía natural que rige este fenómeno. “El rayo es el resultado de una ecuación perfecta. Si falla un elemento, no hay magia”, explica Valecillos. Reconocido por el Libro Guinness de los Récords como el lugar con la mayor concentración de relámpagos en el planeta el 28 de enero de 2014, justamente el Día de la Zulianidad, el Catatumbo se convierte así en un escenario donde la geografía y la meteorología se entrelazan en una danza única que da como resultado este espectáculo de luces.
En la vasta y rica geografía del Catatumbo, los relámpagos se adueñan del cielo y no se limitan simplemente a ser un espectáculo natural, sino que es el resultado de una compleja combinación atmosférica orquestada por la topografía de la región. En el centro del escenario se encuentra el majestuoso lago de Maracaibo que, junto con la proximidad de las montañas de la cordillera de los Andes, crea un entorno único en el que convergen los vientos alisios provenientes del Caribe.
Estos vientos alisios surcan la extensión del lago cargados de humedad y, al encontrarse con la masa de aire más fresca y estable que desciende de las montañas, se produce una colisión de titanes: el aire caliente y húmedo se eleva en un ascenso imparable, mientras que el aire frío y seco desciende con firmeza.
Este juego de fuerzas establece un entorno excepcionalmente propicio para el surgimiento de tormentas eléctricas. Durante la temporada de lluvias, cuando el fenómeno de los relámpagos alcanza su apogeo, el cielo se transforma en un lienzo donde se despliegan nubes cargadas de electricidad, listas para desatarla. En un instante sublime, cuando estas nubes alcanzan la altura y densidad necesarias, el cielo estalla en un despliegue de luz, y los relámpagos, como pinceladas brillantes, rompen la oscuridad de la noche. Así, el Catatumbo no solo ofrece un espectáculo visual sinigual, sino que recuerda la majestuosidad de la naturaleza y su capacidad para crear escenarios sorprendentes.
Eliecer Valecillos es un ferviente defensor de la idea de que el turismo puede ser el catalizador del cambio que tanto necesitan los pueblos de agua. En Encanta Montaña C.A. han moldeado un equipo que abre sus brazos a todos aquellos dispuestos a embarcarse en esta travesía de transformación. “El que esté dispuesto a formar parte del cambio, tiene un espacio”, proclama con convicción. Sin embargo, Valecillos es consciente de la complejidad que implica desafiar las inercias de comunidades que han aprendido a vivir en la espera. “Aquí hay abuelas que saben hacer aceite de coco artesanal, están rodeadas de cocos, y no lo hacen. Nosotros estamos dispuestos a involucrar a la comunidad, a todo aquel que esté dispuesto a entrar al equipo, a trabajar, a formar parte del cambio”. Esta invitación se convierte en su estandarte.
Quienes se aventuran a visitar el Catatumbo de la mano de Encanta Montaña C.A. descubren un equipo que ha cultivado la habilidad de navegar en un entorno que puede ser hostil sin sacrificar el confort. “No creemos en la improvisación”, asegura Valecillos con firmeza. Equipados con tecnología de vanguardia como teléfonos satelitales y garantizando el acceso al agua potable han logrado que, a pesar de la falta de sistema eléctrico en la región, los palafitos donde los viajeros se alojan cuenten con al menos un par de horas de electricidad, gracias al uso de plantas eléctricas.“Es un viaje de aventura, pero con riesgo controlado”, señala, subrayando la meticulosidad de su planificación.
La historia de Encanta Montaña C.A. se entrelaza con la de su fundadora, la venezolana Susana Rodríguez, quien entre 2018 y 2019 se vio atrapada en una encrucijada laboral tras el cierre de la empresa turística en la que trabajaba. En un contexto en el que el sector turístico de Venezuela se encontraba en caída libre, producto de la aguda crisis política y económica que golpeaba y todavía sacude al país, Rodríguez se convirtió en la arquitecta de un nuevo sueño, transformando su adversidad en una oportunidad para reinventar el turismo en la tierra que ama.
En medio de esa crisis que amenazaba con desmoronar sus sueños, Susana recordó las palabras de un mentor que le animó a transformar lo imposible en una realidad. Con la experiencia de una montañista y escaladora consumada, sabía cómo domar dificultades en el camino, así que en el contexto tumultuoso del país tomó la decisión de erigir su propia agencia turística en Mérida. Así, en 2019 emergió Encanta Montaña C.A., un sueño que a finales de año comenzaba a alzar vuelo con sus primeros viajes.
No obstante, la llegada de la pandemia por covid-19 desató una prueba aún más ardua: la prohibición global de viajar. La tentación de rendirse era fuerte, pero Susana, con determinación, eligió perseverar. Redireccionó su tiempo y su energía hacia el fortalecimiento de su empresa y su anhelo de crecer. Fue en ese contexto de incertidumbre en el que, a finales de 2020, se unieron a su sueño Andrea Pérez y Eliecer Valecillos, quienes vivían en la remota aldea de El Carrizal, también en el estado andino. Juntos, decidieron revivir esta ruta turística que prometía ofrecer al viajero una experiencia nueva: el apiturismo, una inmersión en el fascinante mundo de las abejas y la miel.
La primera testigo de esta experiencia fue la periodista venezolana Valentina Quintero, cuyas andanzas en marzo de 2021 por el Camino Ancestral El Carrizal otorgaron un impulso vital y renovador para el proyecto. Con el paso del tiempo, Encanta Montaña se consolidó como una empresa responsable de turismo en Venezuela. En noviembre de 2021, la llegada de Nancy Aranguren y Manuel Rodríguez al equipo supuso un gran cambio, aportando su experticia en la legalización y formalización de la empresa como Compañía Anónima.
Actualmente, Encanta Montaña C.A. se especializa en el turismo de montaña en todas sus variantes: aventura, naturaleza y ruralidad. Con una trayectoria enriquecida por expediciones para cine, la prensa y redes sociales, la empresa ha forjado alianzas con destacadas organizaciones del país y ha logrado hitos significativos en el ámbito del turismo rural. Fue así como también formalizaron la ruta al Catatumbo, un proyecto que comenzó con el acercamiento investigativo. “Empezamos a estudiar, a investigar de qué se trata el fenómeno (de los relámpagos), nos empezamos a relacionar con guías que tienen 25, 30 años viniendo a estos ecosistemas. Después vinimos a hacer un scouting (exploración), a conocer lancheros, ver en qué condiciones estaban los palafitos y afinar todo tipo de detalles”, relata Eliecer Valecillos con pasión.
Al completar esa cadena de esfuerzos, decidieron dar vida a la ruta. El equipo de la agencia describe esta experiencia como única y maravillosa, un testimonio de resiliencia con el que dan los primeros pasos para abrir un nuevo horizonte para el turismo en Venezuela.
En el corazón del lago de Maracaibo, el Catatumbo se erige como un faro de asombro y reflexión, un lugar donde la naturaleza despliega su grandiosidad en un espectáculo que roba el aliento. Para Valecillos, cada visita a esta región mágica es una experiencia renovada. “Ver el relámpago, las toninas, las aves que antes solo conocía en libros (…) Cada vez que vengo aquí, trato de ver todo con ojos nuevos”, confiesa, como si cada destello en el cielo fuera un recordatorio de su propia capacidad de asombro.
Sin embargo, el Catatumbo es mucho más que un simple deleite visual. Es un espejo que refleja la dualidad de lo que Venezuela ha sido y lo que ha perdido en su camino. Eliecer, un ferviente defensor de este paraje, no duda en afirmar: “Todo venezolano debería venir aquí al menos una vez en la vida”. Sus palabras resuenan con una urgencia casi poética, pues los relámpagos que iluminan las noches sobre el lago no solo son un fenómeno natural, sino también una luz que revela las sombras de un país que ha olvidado partes de su propia historia y su identidad.
Así, en cada destello que atraviesa la oscuridad, el Catatumbo se convierte en un símbolo de resistencia en la que también cree Encanta Montaña C.A., que con su trabajo, pese a los obstáculos, lleva a los viajeros a reconectar con sus raíces y apreciar la riqueza que aún persiste. En este paisaje cada visitante se convierte en testigo de una narrativa que trasciende el tiempo y el espacio, recordando que, en la belleza de lo que fue, también se encuentra la promesa de lo que aún puede ser.