En las profundidades de la noche, el lago de Maracaibo duerme, pero el cielo no. Desde la penumbra, un resplandor nace en el horizonte, titubeante al principio, luego feroz, hasta que la noche se parte en múltiples destellos de luz. Son los relámpagos del Catatumbo que se expanden, fulminan la oscuridad y desaparecen, dejando tras de sí un eco silencioso. Y así una y otra vez. Es la tormenta perpetua, el lugar donde la electricidad danza sin descanso en el cielo, en el municipio Catatumbo del estado Zulia. Para muchos, es un misterio, pero para la venezolana Otilia Meza, estadístico, observadora de aves y viajera incansable, es una obsesión que finalmente pudo materializar en un viaje hasta este rincón zuliano de la mano del equipo de Encanta Montaña C.A.

Otilia Meza, estadista y observadora de aves venezolana. Viajó al lago de Maracaibo a registrar con su cámara los relámpagos del Catatumbo y las aves que que habitan esta región. Foto: Aldenix David Ocanto
Otilia Meza, estadístico y observadora de aves venezolana. Viajó al lago de Maracaibo a registrar con su cámara los relámpagos del Catatumbo y las aves que habitan esta región. Foto: Aldenix David Ocanto

“Los relámpagos del Catatumbo son un fenómeno natural único”, dice con la emoción de quien ha esperado años para verlos. “Es impresionante, hasta la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio) lo declaró (al lago) como capital mundial de los relámpagos. Desde hace tiempo estaba en mi lista de cosas por ver”.

Otilia siempre ha sido una exploradora y fotógrafa. Desde sus días universitarios recorrió montañas, selvas y llanos, pero fue en el confinamiento impuesto por la pandemia de covid-19 cuando descubrió su amor por la observación de aves. Aprendió a leer los cielos, a entender el lenguaje de las alas en vuelo. Ahora, frente a la tormenta que ilumina el lago, su búsqueda va más allá de capturar relámpagos y fotografías memorables; se trata de encontrar la conexión entre la inmensidad de la naturaleza y los hilos de su propia historia. “Viví en el Zulia hace años”, comparte con nostalgia. Veía los destellos a lo lejos, sin imaginar que un día los estaría viendo desde el corazón del lago.

Los relámpagos del Catatumbo son un enigma de la naturaleza. Este singular rincón del planeta, donde las tormentas eléctricas son tan constantes y predecibles, se erige como un verdadero foco para la ciencia y la imaginación. 

La respuesta se encuentra en la geografía que abraza al lago de Maracaibo. Este vasto cuerpo de agua, custodiado por las imponentes sierras de Perijá (Zulia) y la Culata (Mérida), actúa como un embudo natural que concentra los vientos cálidos y húmedos del Caribe. Cuando estas corrientes ascendentes se encuentran con las brisas frescas de las montañas, el resultado es una explosión de nubes tormentosas que parecen bailar al compás de la naturaleza; y la magia no termina allí. La descomposición de materia orgánica en el lago libera gas metano, un factor que, de acuerdo con los científicos, podría contribuir a la ionización del aire, intensificando aún más las descargas eléctricas

Pero hay más. Algo que escapa a la ciencia y entra en el terreno de la mitología. Los relámpagos del Catatumbo han sido testigos de la historia. Se cuenta que en el año 1595, cuando el corsario inglés sir Francis Drake intentó asediar Maracaibo, los relámpagos, con ferocidad, emergieron iluminando su flota y delatando su posición a los defensores de la ciudad. En un giro de ironía poética, estos mismos relámpagos se convirtieron en aliados de los que luchaban por proteger su hogar. Para los indígenas barí y wayuu, cada destello en el cielo es un mensaje de los dioses o el espíritu de un guerrero caído que regresa para vigilar su tierra.

Para los pueblos indígenas barí y wayuu, cada destello es más que un fenómeno meteorológico; es un mensaje, una señal de los dioses, o el espíritu de un guerrero caído que regresa a custodiar su tierra. Es un rincón de Venezuela donde la ciencia y la mitología se entrelazan.

Cuando se observan los relámpagos desde allí, se entiende por qué han inspirado tantas historias, pues parecen señales de otro mundo, de otra era. Y así como los relámpagos, en el entrelazado de aguas y caños que se despliegan hacia el lago, se esconden otros tesoros que despiertan la curiosidad de Otilia: la gente del poblado de Ologá, así como la rica y sorprendente biodiversidad que lo rodea. “Es muy importante tener interacción con esas poblaciones, conocer cómo viven otros venezolanos en otras circunstancias. Ver qué comen, qué sienten”, asegura, dejando entrever su deseo de conectar con lo más esencial y puro que tiene la humildad, porque sabe que conocer todas las realidades fortalece su sentido de pertenencia como venezolana, así como entender cuáles son las necesidades que tienen sus habitantes y si puede ser un agente de cambio.

Una madre y habitante de Ologá, en lago de Maracaibo, estado Zulia, rodeada de sus hijos. Foto: Aldenix David Ocanto
Una madre y habitante de Ologá, en lago de Maracaibo, estado Zulia, rodeada de sus hijos. Foto: Aldenix David Ocanto

Observar los relámpagos no es solo cuestión de llegar y mirar; es, en esencia, una tarea que demanda paciencia y entrega.  Hay noches en las que el cielo se resiste, en que las nubes lo ocultan todo o la tormenta decide esconderse, como ocurrió la primera noche en la que Otilia y  Andrea Cifuentes, una coloproctologa venezolana que también viajó persiguiendo este fenómeno, se quedaron en el mirador de Chamita, en el lago. La madrugada se extendió bajo una larga espera, oscura, nublada, cargada de expectativas pero sin destellos. Otilia se permitió una risa mientras reflexionaba sobre el aprendizaje que trae consigo el fracaso. “Hay que aprender a gestionarlo”, comenta entre risas. “Vi un foro de un cazatormentas vasco que decía que la paciencia es la clave”, remata. A veces puede ocurrir que pasan horas oscuras y, de repente, el cielo estalla en luz, como un regalo súbito.

La misión de Otilia era clara: capturar la esencia efímera del relámpago en unas cuantas imágenes. La fotografía de naturaleza, un arte que combina la precisión técnica con la voluntad del azar, se convierte en un juego de paciencia y anticipación, donde cada clic del obturador es un pequeño acto de fe. “Solo espero llevarme una buena foto” comenta con determinación, sin saber que la noche siguiente el cielo le regalaría un espectáculo deslumbrante y ella, con su cámara, lanzaría cientos de disparos, como si cada uno de ellos fuera una oración dedicada a la belleza del instante. Otilia perseguía la inmortalidad de un momento que, aunque fugaz, se eternizaría en su lente.

Andrea es cirujana y se considera una viajera incansable por elección. Su espíritu inquieto la ha llevado a recorrer rincones de Venezuela que, a pesar de las dificultades que enfrenta, ofrece experiencias que reavivan la llama de su identidad. En una búsqueda de renovación y conexión, Andrea eligió la majestuosidad de la capital de los relámpagos como el destino de su celebración de cumpleaños, un gesto simbólico que la invita a iniciar un nuevo ciclo de vida cargada de energía renovadora. “A eso vine aquí, a recargarme y disfrutar realmente de la naturaleza, de lo que tenemos, y verlo como una oportunidad para poder seguir conociendo Venezuela”, confiesa con entusiasmo. Este viaje, para ella, no es un escape, es una búsqueda de asombro, una travesía por paisajes que prometen deslumbrarla y contarle historias.

Lo que Andrea no anticipaba era la magnitud del espectáculo que la aguardaba, un despliegue de luces y sombras que la invitaría a desconectarse del ruido ensordecedor de su vida cotidiana. Con cada paso que da en este viaje, se adentra más en un universo donde la belleza natural y la cultura de su país se entrelazan.

Andrea Cifuentes (de verde), cirujana que viajó con su amiga y colega Gina Cabello al lago de Maracaibo (Zulia) a observar los relámpagos del Catatumbo. Foto: Aldenix David Ocanto
Andrea Cifuentes (de verde), cirujana que viajó con su amiga y colega Gina Cabello al lago de Maracaibo (Zulia) a observar los relámpagos del Catatumbo. Foto: Aldenix David Ocanto

El lago de Maracaibo no es solo el hogar de los relámpagos del Catatumbo, sino también un santuario natural de biodiversidad. A pesar de la contaminación, la actividad petrolera y los derrames de crudo, sus aguas aún albergan toninas, caimanes, tortugas y una impresionante variedad de aves. Es un ecosistema que lucha por mantenerse en equilibrio, amenazado por la deforestación en las cuencas altas y el cambio climático. “Si tú no conoces lo que tienes, no puedes defenderlo, no puedes apreciarlo”, mantiene Otilia; Andrea, por su parte, lo entiende, ha recorrido el país y ha visto cómo el turismo puede ser una herramienta para la conservación.Y es que los relámpagos no son solo un fenómeno meteorológico, son símbolo de identidad, una maravilla que sigue sorprendiendo al mundo y que, como todo en la naturaleza, necesita cuidados para seguir existiendo.

“Siento que no estamos aprovechando lo que tenemos”, dice Andrea con convicción. “Viajamos y nos dicen que no vamos a conseguir gasolina, no vamos a conseguir lo otro, pero siento que cada experiencia es mejor que la anterior”. Para ella, despertarse en el medio del lago de Maracaibo, rodeada por su vastedad, ha sido de los mejores regalos, estar allí conectada con el presente.

Un ave sobre un poste eléctrico que en algún momento funcionó en Ologá, en el lago de Maracaibo (Zulia). Foto: Aldenix David Ocanto
Un ave sobre un poste eléctrico que en algún momento funcionó en Ologá, en el lago de Maracaibo (Zulia). Foto: Aldenix David Ocanto

Cuando la noche avanza y el espectáculo llega a su punto más álgido, Otilia y Andrea se quedan en silencio. Una con su cámara como observador fijo que la acompaña y la otra apoyándose en su teléfono celular como el dispositivo que le permitirá grabar y atesorar este momento, estos destellos de vida. El cielo se ilumina con una intensidad casi irreal, reflejándose en las aguas del lago como si el firmamento se duplicara en la superficie. Su viaje al Catatumbo no es solo una expedición, es un acto de reconocimiento y pertenencia. Cada relámpago es un latido de luz en la noche, una señal de que la naturaleza sigue viva, a pesar de todo.

Andrea supo sobre los relámpagos del Catatumbo solo un año antes de poder realizar este viaje. Se dio la oportunidad y decidió que era el momento de verlos. “Creo que como venezolanos vivimos en el país más bello del mundo y tenemos la obligación de conocerlo”, dice, con la determinación de quien ha aprendido que la vida es un mosaico de momentos para atesorar. “Si no conoces lo que tienes, no puedes valorarlo”, mantiene, en una postura similar a la de Otilia.

La travesía hacia Ologá desafía la comodidad, una odisea en la que la electricidad se vuelve un recuerdo distante, las condiciones son rústicas y la incertidumbre es una compañera de viaje que recuerda la realidad de quienes habitan estas aguas, iluminados por los relámpagos, pero donde el Estado parece haber dibujado su mapa de ausencias. La falta de recursos vitales como la asistencia médica, educación y accesibilidad es una herida abierta que clama por atención. Sin embargo, aquellos que se atreven a emprender esta aventura coinciden en una revelación: cada paso en esta tierra es un encuentro con un abanico de realidades que, aunque difíciles, son esenciales para comprender la esencia de un pueblo que necesita ayuda pero que también irradia una belleza natural sin igual. “Es lo que disfruto, estar aquí y ahora”, confiesa Andrea.

Palafitos y peñero de la comunidad de Ologá, en el lago de Maracaibo, Zulia. Foto: Aldenix David Ocanto
Palafitos y peñero de la comunidad de Ologá, en el lago de Maracaibo, Zulia. Foto: Aldenix David Ocanto

Y mientras el cielo se electriza en un espectáculo sobrecogedor, Otilia sonríe, y Andrea deja que la luz de los relámpagos le recuerde que está exactamente donde debe estar, anclada a su propósito. Han aguardado con paciencia para alcanzar este instante, y en medio de la tormenta, la espera se revela como un sacrificio que ha valido cada segundo.

La madrugada fue testigo de una lluvia torrencial que lavó el paisaje y cuando el amanecer comienza a pintar el cielo con matices de naranja, el lago recupera su serenidad, como si la naturaleza misma exhalara un suspiro tras la tormenta. Sin embargo, la imagen se queda grabada en la retina, en las memorias capturadas por cámaras y celulares, y en la profundidad del alma.

Palafito en Ologá, en el lago de Maracaibo (Zulia). Foto: Aldenix David Ocanto
Palafito en Ologá, en el lago de Maracaibo (Zulia). Foto: Aldenix David Ocanto

Los relámpagos del Catatumbo, con su inigualable baile de luz, se convierten en una revelación poderosa, un recordatorio de que la esperanza sigue brillando y que es una responsabilidad luchar para que esa luz no se extinga, incluso en las noches más oscuras. Una lección que se refleja en el lago, en la realidad que enfrenta el país, y en la travesía de la vida misma. Los venezolanos lo saben.